Cuando empecé este post no caían bombas. Había nerviosismo en el ambiente, pero las noticias de la guerra de Putin seguían en segundo plano.
Hoy, cuando llevamos días de devastación, de horror, me lanzo a publicarlo a pesar del desánimo, porque creo que los de este lado del mapa, tenemos la responsabilidad de no caer en el lamento que lleva a la inacción.
Es, en cambio, el momento de la verdadera solidaridad y de fomentar hábitos de paz y concordia en cada gesto, en cada frase.
Qué menos.
Escribía yo hace unos días, que cuando se pone de moda una expresión, caemos todos en repetirla sin entender muy bien lo que estamos diciendo. Y es que hay que reconocer que algunas suenan de maravilla.
Les dan caché a las conversaciones, para qué vamos a negarlo.
Ocurre, por ejemplo, cuando incluimos “Cohesión social” en nuestro speech.
Si buscas en la red las palabrejas, encuentras que dice la sociología que es el grado de consenso de los miembros de un grupo o la percepción de pertenencia a un proyecto o situación común.
Y aunque la expresión suene intelectualoide, es mucho más mundana de lo que parece.
La buscamos casi de forma intuitiva en las actividades compartidas, las que nos hacen sonreír, las que nos reconfortan, las que disparan la liberación de dopaminas, la sustancia de la felicidad y la motivación.
Seguro que te resultar muy familiar porque quien no ha sentido el placer de la complicidad cantando a voz en grito una canción en un concierto o quien no se ha emocionado, con el resto de sus vecinos, cuando un tenista nacional vuelve a ganar un difícil torneo.
Pero es que además y, sobre todo, la cohesión social positiva vive en el movimiento ciudadano, y esa es la que a mí me interesa y sobre la que hoy quiero escribir.
Está en el día a día de millones de activistas, que actúan voluntariamente en pro de la transformación social de su entorno, su barrio, su ciudad o su mundo. Salen poco, o muy poco en los titulares, porque sus éxitos se tratan como si fueran solo caramelos para niños, que endulzan la batería de disparates, guerras y brutalidades que nos han contado minutos antes.
Los conozco bien. Trabajo con ellos a diario, como voluntaria y como educadora y a pesar de los años compartidos aún hay algo en ellos que me sigue embelesando, su humildad guion prudencia.
Humildad para no creer que están haciendo nada por lo que ser felicitados, prudencia para hacerlo día a día en silencio, sin necesitar tarimas físicas para proclamar sus logros, ni palmeros que les aplaudan.
Son maestros en mantenerse en pie a pesar de la escasez de recursos, y no cuchichean negativamente sobre otras entidades o situaciones, porque tiene claro que el éxito de otros ciudadanos es el suyo propio.
Estos malditos días en Ucrania, las ONG y otros movimientos espontáneos se organizan para hacer todo lo que está en sus manos para minimizar el sufrimiento de los demás. Anoche veíamos en una cadena de televisión como un par de chicos jovencísimos, encendían sus móviles para informar a los medios españoles de lo que estaba ocurriendo, y decían, entre risas tímidas (maravilla de la naturaleza que aun les quede fuerza para sonreír) que comunicar en español era lo que sabían y querían hacer como contribución a la comunidad.
Tremendos testimonios que hielan el alma y ensalzan la grandeza de la solidaridad ciudadana sin la que no serían posible tantas cosas.
En el resto de países, también en España, las organizaciones sociales desde hace semanas se estaban preparando para echar un cable si al final el monstruo lanzaba el misil.
Montan en estos momentos corredores humanitarios, teléfonos gratuitos de contacto, recogida de materiales médicos y se comprometen, sobre todo, a no olvidarlos cuando ya no sean noticia.
Trabajarán además, entonces, para minimizar no solo las consecuencias sino también las causas estructurales del desastre.
Quizás, si los grandes medios y los gestores públicos los observaran con más atención, no me cansaré de decirlo, si les dieran el espacio y los recursos que se merecen y no sólo los minutos dulzones al final del informativo, se produciría la magia del aprendizaje emocional y muchos más ciudadanos querrían dar el paso.
Y es que aquí entran en juego las neuronas espejo, esas que ya sabéis se activan cuando vemos comportamientos en otros y los que queremos imitar.
Los científicos creen que hay aproximadamente 1.000 neuronas espejo en cada milímetro cúbico de nuestro cerebro. Vaya tela.
Lo bonito del tema, es que cuantas más tengamos, mejor entendemos las emociones que sienten otras personas.
Tanto es así que, V. Ramachandram uno de los neurólogos conductuales más prestigiosos de nuestro tiempo, las llama “neuronas Gandhi” por su capacidad para facilitar el entendimiento y la cooperación con los demás.
Está claro que el monstruo que nos quita el sueño estos días no tiene ni una de estas, pero prefiero ni nombrarlo y dejar hueco en el post, para las más de tres millones de personas de nuestro país que según la plataforma de voluntariado, colabora de manera altruista con entidades del tercer sector.
Gente valiente con muchas neuronas Gandhi que forman parte del poderoso movimiento ciudadano global que tanto admiro, que tiene la grandeza de estar repartido por todo el planeta y también la cercanía de bajar a terreno, a la inmediatez de la respuesta cuando es necesario.
Acabo el post, en el día mundial de las ONG, mandando un abrazo sentido y lleno de orgullo a tantos amigos de los movimientos sociales, por no conformarse nunca, por su humildad guion prudencia.
También abrazo claro que sí, a muchos otros también amigos, que siempre han querido y no termina de dar el paso, y los animo a visitar las direcciones que ahora comparto o incluso otras muchas que se pueden encontrar fácilmente en la red, para dejar, después, cómo no, que las neuronas espejo hagan bien su trabajo.
Todos sabemos que la motivación es un producto de la emoción, así que sería bonito y esperanzador que los sentimientos tristes de estos días, los pudiéramos reconvertir en ganas de apoyar algunas de estas u otras iniciativas solidarias.
Escríbeme si quieres que charlemos sobre ello al qué me quieres contar del blog o al formulario al final de este post. Estaré encantada, como siempre, de compartir contigo.