De propulsores de convivencia y propósitos de año nuevo

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Llevo varios meses sin escribir, pero es que en este año que ya acaba, me he vuelto a dejar llevar por la vorágine de hacer mil y una cosa y claro, he vivido un inviernoprimaveraveranotoñoinvierno así, todo seguido y sin espacios.

Menos mal que en esa cuesta abajo y sin frenos, qué alegría, he conocido a muchos propulsores de convivencia que lejos de añadir más prisa a mi vida, me han transmitido calma y sosiego en cada encuentro.

Han sido mi inspiración de activismo y sonrisas durante tantos meses y, sin embargo, lo que me ha impulsado hoy a escribir, vaya tela, ha sido escuchar algo triste y mundano pero que me ha hecho valorar, aún más, a mi entorno propulsor.

Y es que esta mañana de camino al trabajo, he oído en la radio  a un tertuliano una frase que me han dejado a-no-na-da-da. Decía el atrevido, que los ciudadanos que tenemos que “apagar luces y bajar termostatos”, somos víctimas.

¿Víctimas?

Flaco favor estamos haciendo en pro de la protección del planeta y la sostenibilidad global si con micro en mano, no decimos alto y claro que la culpa de que la cosa vaya como va, es compartida. Que la irresponsabilidad del uso desmedido de las energías agotando los recursos y consumiendo como si no hubiera un mañana, nunca mejor dicho, ha sido de todos.

Que mucho antes de ser víctimas, hemos sido verdugos.

Yo no sé a vosotros, pero esa fea costumbre de hablar en tercera persona del plural para no asumir la responsabilidad individual, ya me cansa, y estoy segura, además, de que es la que nos está llevando a la zona de no retorno.

Sería mucho más honesto e inteligente, al menos en estas semanas de buenos propósitos, cambiar el juego del “yo no he sido” por el de “por mí y por todos mis compañeros”.

Ha sido mil veces recordado, pero está claro que no interiorizado, el discurso de Miguel Delibes de ingreso en la Real Academia Española en 1975, sobre “El sentido del progreso” donde expresó como nadie que nos debíamos inclinar por un avance concienciado causando los menores daños posibles a la naturaleza, que al fin y al cabo es el origen de la vida, y que para eso, el primer paso era ensanchar la conciencia moral.

Qué maravilla Delibes y que acertado el “ensanchar la conciencia moral”.

Preocuparse por la moralidad viene de largo. Sócrates (469 a.C.) ya estudiaba lo apropiado e inapropiado de la conducta humana. Pero fue muchos años más tarde, cuando los psicólogos Jean Piaget (1896) y luego Lawrence Kohlberg (1927), nos contaron que existen etapas de crecimiento, en las que los humanos vamos evolucionado de un razonamiento egocéntrico en el que se asume pocas consecuencias de nuestros actos, a uno mucho más maduro de ética universal.

No quiero ser ceniza pero leo a estos eruditos y dudo si sus postulados describen a la sociedad del momento actual cuando todavía existen muchos ciudadanos atascados en el primer estadio infantil  creyendo que el que el cambio climático, la pandemia, los movimientos migratorios forzosos, las guerras de poder y recursos, son  problemas lejanos que no van con ellos.

De verdad que me resisto a acabar el año con tanta negatividad, pero es que así  no vamos  nada bien.

Tener conciencia moral requiere de capacidad para juzgar nuestras acciones y me temo que es ahí donde pinchamos hueso, porque el juicio a nuestra forma de vida, no es para nada un ejercicio fácil. Casi siempre  exige salir de nuestro estado de confort y en eso somos la mayoría muy perezosos.

Mis amigos propulsores de convivencia, en cambio, lo hacen con una naturalidad de serie asombrosa. Se cuestionan su manera de vivir y la modifican mucho antes de que alguna emergencia social tenga que recordárselo.

Son personas generosas y valientes y encuentran en el compromiso por el bien común y la sostenibilidad su fortaleza para actuar cada día dentro de la ética global, aunque ello los lleve a ser tachados de disidentes, de molestos pepitos grillos para otra gran parte de la sociedad.

No buscan protagonismo, ni éxitos individuales, sino que comparten espacios de amabilidad y esperanza donde cabemos todos los que queramos estar.

Hacen fácil lo difícil creando empresas como En Clave de Fácil donde Alberto y su familia se esfuerzan en simplificar los canales de comunicación que tan a menudo son barreras en el funcionamiento tolerante del día a día.

Emprenden, como Miguel y Rocío de Eticambio, caminos de comercio justo y convierten esas vías de transacción justa en movimientos maravillosos de cooperación internacional.

No se cansan de denunciar la vulnerabilidad de los derechos humanos y sin embargo aplaudir las conquistas, como la entrañable y compañera de tantos años, Antoñita de Amnistía Internacional.

Piensan en global y favorecen espacios de reflexión, como todos mis compañeros de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo.

Acuden semanalmente a su compromiso altruista, para aportar escucha paciente a familias en exclusión, como los incombustibles Maria Jesús, Maria Antonia, Reme, Luisa o Ignacio, de Cruz Roja.

Descuelgan siempre el teléfono, como Mar de Accem, y te ofrecen toda su experiencia y sabiduría para resolver los problemas de otros que se encuentran perdidos en medio del sistema rígido de inclusión que nos hemos inventado.

Hay muchos, muchísimos más con los que he tenido la suerte de compartir algún ratito en este año que acaba y en el 2023 quiero seguir enganchada a ellos. Lo tengo claro.

Voy a seguirlos en sus proyectos impulsores porque me encanta como ayudan a superar el miedo que produce salir de la zona acomodada.

Voy a seguir aprendiendo de ellos, porque prefiero asumir el riesgo del malestar que provoca la autoexigencia, a vivir con rutinas que anulan la posibilidad de tantos otros de alcanzar una vida digna.

Voy a seguir escuchándolos, porque no quiero cometer, por desconocimiento o vagueza, actos perjudiciales para el planeta y todos los que la habitamos en él y porque su discurso me parece la base de la convivencia pacífica que tanto escasea y que tanto necesitamos.

Acabo el post de hoy, ya te lo imaginarás, animándote a que busques un ratito para recibir el empuje de mis amigos.

No tienes más que seguir los links que antes he compartido, o estar atento a los cientos de eventos de activismo social que se organizan semanalmente en todas las ciudades.

No se trata de flagelarnos con sentimientos de culpabilidad, pero sí de huir de  la egolatría y ser críticos con nuestra manera de actuar si reconocemos que con ella, estamos perjudicando al bienestar colectivo.

Así que si te apetece  apuntar en tu top-ten de propósitos para el año nuevo, salir de tu zona de confort en pro del bien común, o simplemente quieres que te siga hablando de mis amigos propulsores , no tienes más que escribirme al formulario que ves al final del post, o  al qué me quieres contar del blog y estaré encantada, como siempre, de compartir  un ratito contigo.

 

Aquí puedes contarme lo que quieras.

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