Hemos leído cientos de veces que el conflicto es inherente a la naturaleza humana. Que evitarlo no lo soluciona, que hemos de afrontarlo. Pero qué fácil es decirlo y qué difícil aplicarlo en nuestro día a día.
Sin embargo, cuando llegamos a la madurez emocional (ventajas de cumplir años) empezamos a entender que o aprendemos a tratarlos con serenidad, o el desgaste psicológico que supone irnos con el “tole-tole” a la cama nos quita, seguro, años de vida saludable.
Y es que, por increíble que parezca, la mediación la practicamos todos.
Los educadores por profesión y (algunos) vocación, y el resto de gente, por necesidad de supervivencia.
Quien no ha tenido que intervenir en una discusión acalorada entre amigos cuando se habla de temas sensibles… O en una cena de esas que vamos a tener estos días, cuando el cava hace un flaco favor a la prudencia…Ni que decir tiene que los que somos papás, de varios hijos, hacemos de mediadores con mayúsculas en las peleas diarias entre hermanos.
También en los movimientos sociales, hace ya mucho tiempo que aplicamos técnicas para resolver conflictos. Básicamente, porque con el grito y la pancarta sabemos que sólo conseguimos la llamada de atención. Al final del proceso, cuando ya te miran, no te queda más remedio que mediar.
Mediar entre tus propios ideales y el pragmatismo que te permite conseguir financiación para ese proyecto tan ambicioso que mejora la vida de cientos de personas, mediar entre tus compañeros que, aun compartiendo el mismo objetivo, piensan diferente en cuanto a la forma de lograrlo, mediar para hacer entender en casa, que llegas tarde de una reunión en la que no te pagan pero que tu forma de entender la vida es comprometerte sin mirar el reloj…

En fin, mediar, mediar, mediar…
Es verdad que para hacerlo de manera profesional y resolver problemas serios evitando así que lleguen al juzgado, hay que preparase con formaciones exigentes y regladas, pero lidiar de manera positiva con el conflicto menor, ese del día a día, deberíamos aprenderlo desde pequeños. Nos facilitaría enormemente la convivencia.
Menos mal que hay asociaciones que si quieres, te forman actualmente para ello. Es el caso de IFACE,(instituto de facilitación y cambio) organización que me transmite muy buenas vibraciones, porque se definen como facilitadores del consenso (ya solo con eso me ganan) y que además de aportar mucha info interesante sobre la transformación eco social basada en el entendimiento, ofrece cursos maravillosos para aprender a gestionar los conflictos grupales desde una perspectiva positiva.
También el CPESRM, (Colegio de Educadores sociales de la Región de Murcia), tiene abierta la convocatoria para la sexta edición del curso “Especialista en Mediación”, que además de ser muy completo, esta sí, da un paso más y te capacita, incluso para formar parte del Registro de Mediadores del Ministerio de Justicia.
Vaya dedicación bonita. Ayudar a la gente a entenderse.
En mi lista de propósitos para el 2020, va a estar, claro, una de estas formaciones, porque lo sé, son ambiciosas, pero que te preparen para la comunicación productiva es casi un seguro de vida. Pagamos mucho a entidades privadas para que nos aseguren un futuro sereno cuando lleguemos a la jubilación. Yo prefiero sin duda alguna, invertir en capacitación, de esa que lleve implícita escuchar activamente, ser honesto, humilde y tolerante. Estoy convencida de que mi vejez, feliz y con menos cargas emocionales, me lo agradecerá.
Si te apetece comentarme como medias en tus proyectos sociales, o como no lo haces y te gustaría hacerlo, o si simplemente quieres compartir algunas letras para practicar por aquí la comunicación productiva, adelante, este es tu sitio. Como siempre, estaré encantada de contestarte.