Cuántas veces pienso en el refrán que da título al post de hoy y cuantos movimientos de cabeza y resignación, o quizás, incomprensión, le acompañan casi siempre.
Porque incluso los que aplican el misticismo de la suerte divina en la vida, saben que en muchas ocasiones, que vayas de mal en peor, no es casualidad, sino causalidad.
Y no es que me haya levantado yo hoy con ganas de jugar con lo enrevesado de las dos palabrejas, sino que a estas alturas de la vida (y de la puñetera pandemia), ya he tenido tiempo de reflexionar mucho del por qué siempre a los mismos.
Porque, no nos engañemos, no es igual, vivir esta pesadilla desde un lado de la brecha social que de la otra.
Y aunque me fruste mucho la situación y sepa que daría para escribir miles de post, no quiero empezar septiembre con quejas y tristezas sino todo lo contrario. Me he propuesto la vuelta a la “nueva rutina” celebrando una buena iniciativa, que también las hay, en nuestro reciente caos.
Voy a brindar hoy, por una medida de las que luchan contra las injusticias estructurales atacando la raíz del problema, olvidándose de parches pasajeros a los que estamos acostumbrados y que alivian, pero no curan.

El Ingreso Mínimo Vital, (IMV) tiene un nombre difícil pero nace con la muy noble intención de ser algo sencillo que minimiza las causas reales que llevan a mucha gente a perpetuarse en la extrema pobreza. (Aquí puedes visitar su web, muy fácil de trastear).
Y lo quiere hacer no como una prestación más, sino como una ayuda compensatoria que nace acompañada de un conjunto de políticas muy bien articuladas, como son incentivos al empleo y estrategias de inclusión social.
Porque el objetivo de este decreto bebé que aún está aprendiendo a andar, no es sólo la erradicación de la pobreza extrema, sino dar un impulso a los ciudadanos que están en la burbuja de las carencias continuadas, por causalidad de la vida, para que vuelvan a ser parte de la sociedad libre y desarrollada. Para que dejen de ser invisibles, para que tengan un hueco digno en el que desenvolverse y progresar.
Me invitó Raúl, amigo y técnico incansable en Cruz Roja Murcia con el comparto martes de esperanza social.Y ahí estábamos, a finales de Julio, cuando el calor y el cansancio de noticias-pandemia apretaban, recibiendo una clase magistral sobre el I.M.V., en una charla tan repleta de conceptos novedosos como de entusiasmo.
Porque pasión y energía era lo que transmitía Jesús Sánchez Saorín, coordinador del I.M.V., en la Dirección provincial de Murcia de la Seguridad social , cuando desde el inicio de la jornada nos habló del reto inédito que su equipo llevaban entre manos, y para el que no tenían horas límites de dedicación. Querían trabajar para y por la medida, y por ello se iban a dejar literalmente la piel.
Un par de meses después y a pesar de las críticas de los que se empeñan en ver siempre el vaso medio vacío, la prestación está funcionando. Es cierto que la impaciencia a la que estamos habituados, nos hace querer ver resultados inmediatos , pero en este caso, como un buen guiso, se debe cocinar a fuego lento.
Y debe ser así, porque el primer paso para que los ciudadanos que van a recibirlas, sean respetados como integrantes de la sociedad, es tratarlos como casos únicos, con expedientes personalizados estudiados al detalle, evitando meterlos en paquetes estandarizados que no reflejan las casuísticas reales de la vida.
[wpdiscuz-feedback id=”pqmqcm2bhy” question=”¿Te parece que tengo razón?” opened=”0″]Tienen derecho, también los que han sido invisibles, a ser por una vez importantes. A dejar de ser uno más de la fila, y a que se estudie su situación con respeto y esperanza.[/wpdiscuz-feedback]
Y es que meter a todos los ciudadanos con necesidad de mejora en el mismo saco, es una costumbre muy simplona y dañina de las sociedades que nos consideramos desarrolladas.
Quiero brindar hoy, sin complejos ni medias tintas por el Ingreso Mínimo Vital que ayudará a mucha gente a salir de esa espiral mala suerte-no integración en la que se encuentran sumidos por razones que casi siempre se heredan y que si no se atacan de forma directa, te perpetúan en el grupo de los que tienen prohibido progresar y vivir en libertad.
Que si con el virus hemos vivido las prohibiciones temporales con rabia, deberíamos ser capaces de pensar en aquellos que viven eternamente confinados en su falta de oportunidades.
Acabo el post de hoy con un párrafo prestado del libro Americanah de la estupenda escritora Chimamanda Ngozi Adichie que leí este verano y me pareció magnífico para dar un pellizco de reflexión a los que a aún creen innecesario la medida a la que he dedicado mi ratito de hoy.
Dice así:
La sociedad acomodada comprende que huyas de la guerra, de la clase de pobreza que aplasta el alma humana, pero no entienden la necesidad de escapar del letargo opresivo, de la falta de elección y añado yo, de oportunidades.
Si después de leerme hoy, quieres que charlemos sobre el ingreso mínimo vital, o de otras medidas en pro de la integración, estaré, ya lo sabes encantada de escucharte.